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La palabra “Dios” no es Dios; el concepto “Dios” no es Dios. Tampoco el concepto “amor” es el amor, ni la palabra “comida” se come. El zen dice algo muy simple. Dice que recuerdes que la carta donde aparece el menú no es la comida, y que no empieces a comértela. Eso es lo que ha estado ocurriendo desde hace siglos: que la gente se está comiendo la carta. Y claro, así les va: están desnutridos, no fluyen, no son vitales, no viven de manera total, es natural… predecible. No se han alimentado de comida de verdad. Se han pasado el tiempo hablando de comida y se han olvidado por completo de lo que es.
A Dios hay que comérselo, a Dios hay que probarlo, a Dios hay que vivirlo, y no discutir sobre él. El proceso de “discutir sobre” es la teología. Y ese “discutir sobre” no cesa de dar vueltas, y nunca llega a la cosa en sí. Es un círculo vicioso.
La lógica es un círculo vicioso, y el zen realiza todos los esfuerzos posibles para sacarte de ese círculo vicioso. ¿Y cómo es que la lógica es un círculo vicioso? La premisa ya implica la conclusión. La conclusión no será nada nuevo, pues está contenida en la premisa. Y también en la conclusión tenemos la premisa contenida.
Es como una semilla: el árbol está contenido en la semilla, y luego el árbol dará nacimiento a muchas más semillas, y en esas otras semillas también habrá árboles contenidos. Es un círculo vicioso: semilla, árbol, semilla… y así. O bien, el huevo y la gallina, la gallina y el huevo… sin fin, ad infinitum. Es un círculo.

De lo que trata el zen es de salir de ese círculo, de no seguir moviendo palabras y conceptos en la mente, sino de caer en la cuenta de la propia existencia.

Un gran maestro zen, Nan-in, se hallaba cortando leña en el bosque. Y llegó un profesor de universidad a visitarle. Y claro, el profesor pensó: “Este leñador sabrá dónde vive Nan-in”. Así que se lo preguntó. El leñador tomó el hacha en sus manos y dijo: “Me costó muy cara”.
El profesor no le había preguntado nada sobre el hacha. Lo que hacía era preguntarle dónde vivía Nan-in; le preguntaba si le hallaría en el templo. Y Nan-in volvió a levantar el hacha y dijo: “Mírela, me costó muy cara”. El profesor se sintió un tanto desconcertado, y antes de que pudiera escapar de allí, Nan-in se le acercó y le colocó el hacha en la cabeza. El profesor empezó a temblar y Na-in dijo: “Tiene muy buen filo”. ¡Y el profesor salió corriendo!
Más tarde, cuando llegó al templo, se enteró de que el leñador era nada más y nada menos que el propio Nan-in. Entonces le preguntó a uno de los discípulos:
-¿Es que se ha vuelto loco?
-No –aseguró el discípulo-. Usted le ha preguntado si estaba Nan-in y él ha respondido que sí. Le mostraba su ecceidad, su talidad. En ese momento era leñador, estaba totalmente absorbido en el filo del hacha. En ese momento era esa filosidad. Al ser tan inmediato, al estar tan en el presente, le estaba diciendo: “Soy en ella”. Lo pasó usted por alto. Le estaba enseñando la cualidad del zen.

El zen es no conceptual, no intelectual. Es la única religión del mundo que predica inmediatez, inmediatez momento a momento… estar presente en el momento, ni en el pasado, ni en el futuro.
Pero la gente ha vivido entre teologías, y esas teologías les hacen ser infantiles, no les permiten crecer. No puedes crecer si estás confinado en una teología, siendo cristiano, hinduista, mahometano o incluso budista. No puedes crecer; no tienes espacio interior suficiente para crecer. Estás muy confinado, en un espacio muy estrecho; estás prisionero.

Un joven predicador cogió mil dólares de la caja fuerte de la iglesia y los perdió jugando en la bolsa. A continuación le dejó su hermosa esposa. Lleno de desesperación fue hacia el río, y estaba a punto de tirarse del puente, cuando le detuvo una mujer que llevaba un abrigo negro, con una cara arrugada y el pelo gris greñoso.
-No saltes –dijo con voz áspera-. Soy una bruja, y te concedo tres deseos, ¡a cambio de que hagas algo por mí!
-No hay nada que pueda salvarme –contestó él.
-No digas tonterías –aseguró ella- ¡Alahazam! El dinero vuelve a estar en la caja de la iglesia. ¡Alakazam! Tu esposa está esperándote amorosa en casa. ¡Alakazam! ¡Ahora tienes doscientos mil dólares en el banco!
-¡Pero qué maravilla! –balbuceó el predicador- ¿Qué tengo que hacer por ti?
-Pasar la noche haciéndome el amor.
Pensar en dormir con aquella vieja bruja desdentada resultaba repelente, pero valía la pena, así que fueron a un motel cercano. Por la mañana, una vez pasada la ordalía nocturna, el sacerdote se hallaba vistiéndose para regresar a casa cuando el cardo borriquero que seguía en la cama le preguntó:
-Dime, cariño, ¿qué edad tienes?
-¡Tengo 42 años! –contestó él- ¿Por qué?
-¿No eres una un poco mayor para seguir creyendo en brujas?

Eso es lo que pasa. Si crees en Dios puedes creer en una bruja, forman parte del mismo paquete. Si puedes creer en cualquier tipo de tontería, acabarás tragándotelas todas. Pero no llegas a crecer. Sigues infantiloide.


El zen significa madurez. El zen significa desechar todos los deseos y ver cuál es la situación. No interpongas tus sueños frente a la realidad. Límpiate los ojos de sueños, para así poder ver la situación. Esta talidad se llama konomama o sonomama. Kono- o sonomama significa la talidad de una cosa; la realidad es su talidad. Todas las ideologías impiden que lo veas. Las ideologías son vendas que te obstruyen la vista. Un cristiano no puede ver; tampoco puede un hinduista, ni un musulmán. Porque estáis tan llenos de ideas que sólo veis lo que queréis ver, no hacéis más que ver lo que no está presente, proyectáis, interpretáis, creáis una realidad propia y particular, que no está ahí. Eso crea una especie de delirio. Noventa y nueve de cada cien de vuestros pretendidos santos son gente que delira.

El zen proporciona cordura al mundo, cordura total. Desecha todas las ideologías. Dice: “Se vacío. Mira sin ninguna idea. Mira en la naturaleza de las cosas pero sin ninguna idea, prejuicio ni presunción”. No te preocupes… ese es uno de los fundamentos.
Así que hay que abandonar la teología; si no, te mantendrá ocupado.
¿Ves cuál es la cuestión? Si tienes una idea, existe la posibilidad de que la encuentres en la realidad, porque la mente es muy, muy creativa. Y claro está, esa creación sólo será una imaginación. Si estás buscando a Cristo empezarás a tener visiones de Cristo, y todas ellas serán imaginarias. Si buscas a Krishna empezarás a ver a Krishna, y todas esas visiones serán imaginarias.

El zen es muy realista. Dice que hay que abandonar la imaginación. La imaginación proviene del pasado… llevas desde la infancia condicionado por ciertas ideas. Desde la infancia te han llevado a la iglesia, al templo, a la mezquita; te han llevado al erudito, al pundit, al sacerdote. Te han forzado a escuchar sermones… han metido en tu mente todo tipo de cosas. No te aproximes a la realidad con toda esa carga; si no, no acabarás de saber lo que es.
Des-cargar, des-apegar, des-cubrir, aligerar. Ese aligerar es zen.


Fuente: El sendero del Zen -Osho-

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